El velódromo de Roubaix, un rincón ciclista repleto de recuerdos

Nos adentramos en la historia de una de las llegadas más emblemáticas en el mundo del ciclismo. Un lugar que no está reconocido como monumento histórico, pero que sí que está “protegido por su leyenda”.

Nunca se ha establecido un récord mundial de la hora, y tampoco ha albergado un Campeonato del Mundo de ciclismo en pista. Pero a efectos prácticos, el velódromo André Pétrieux de Roubaix sigue siendo el más famoso del mundo. Y este fin de semana, su pista de hormigón y las curvas peraltadas de hasta 37º, volverá a acoger la llegada de la París-Roubaix por septuagésima octava ocasión desde 1943; la cuarta en el caso de la prueba femenina.

"Eso es lo que lo diferencia de todos los demás", afirma Pascal Sergent, un experimentado historiador del ciclismo francés y aficionado desde que presenció su primera París-Roubaix en el velódromo cuando tenía tan solo ocho años, allá por 1966. "Es el único velódromo del mundo que alberga el desenlace de uno de los Monumentos ciclistas, y esa circunstancias lo hace mundialmente conocido, pero, sobre todo, único”, sostiene Sergent.

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La entrada principal desde las gradas a la pista permanece prácticamente inalterada desde su creación 

El Vélodrome de Roubaix fue inaugurado en 1936 para suceder al velódromo de Roubaisian que en 1896 originó la creación de la París-Roubaix como forma de promocionar la instalación, que había sido construida el año anterior. Ese primer recinto acogió el final de la prueba desde la primera edición hasta 1914 antes de ser derruido finalmente en 1924. Más de una década después, el actual velódromo de Roubaix se convirtió en una realidad. Se trata de una enorme pista al aire libre de 500 metros que forma parte de un complejo deportivo mayor y, según Sergent, se concibió principalmente como una pista comunitaria.

"Se construyó en el corazón de un periodo en el que Francia quería animar a los niños a practicar deporte, y ese movimiento era especialmente fuerte en Roubaix con todas las industrias textiles de la zona. El complejo Parc des Sports tenía una pista de atletismo y un campo de fútbol, aquí se practicaban todo tipo de actividades. Y era lógico que hubiera un velódromo, porque el ciclismo era muy popular en este rincón de Francia. Había muchas carreras locales y, por supuesto, estaba la París-Roubaix", detalla Sergent.

La fachada de las gradas del velódromo de Roubaix ha perdido gran parte de su esplendor, pero aún podemos ver las intrincadas decoraciones originales. 

Sin embargo, aunque el velódromo se terminó en 1936, no fue hasta 1943 cuando acogió la primera llegada de la París-Roubaix. "Es irónico, porque aquel fue un final histórico, pero ninguno de los fotógrafos quiso captar a la multitud de las gradas. Fue en plena II Guerra Mundial y Francia estaba ocupada. Ese día había montones de alemanes en el interior del velódromo, por lo que todos los fotógrafos se centraron en belga Marcel Kint, ganador aquel año. No querían mostrar a los ocupantes alemanes", subraya.

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Desde entonces, el velódromo André Pétrieux se convirtió en el lugar escogido para albergar el final del Infierno del Norte, salvo en las ediciones de 1986, 1987 y 1988. Además, también ha sido testigo del desenlace de más de una docena de etapas del Tour de Francia. Cada rincón de este velódromo desprende parte de la historia del ciclismo y, sin duda, si pudiera hablar sería una lugar plagado de anécdotas que contar.

En 1990, el belga Eddy Plankaert y el canadiense Steve Bauer cruzaron la resplandeciente línea de meta blanca separados por escasos milímetros, en una carrera demasiado reñida. En 1969, el prólogo del Tour de Francia terminó en el velódromo y vio cómo el alemán Rudi Altig vencía a un tal Eddy Merckx. En 1996, tres corredores del equipo Mapei cruzaron juntos la línea de meta en un inédito triplete que dejó una de las instantáneas más recordadas de la París-Roubaix en su centenaria historia.

La línea de meta del velódromo de Roubaix ha sido testigo exclusivo de algunos de los mejores momentos en el Infierno del Norte.

En la actualidad, el velódromo se encuentra en un estado de deterioro notorio que dista mucho de su brillantez inicial. Aunque el encanto de este lugar se mantiene intacto, lo cierto es que la longeva entrada de estilo Art Decó y la cubierta de las gradas no presentan un aspecto cuidado acorde con los tiempos actuales. Además, la pista está áspera y desgastada, con agujeros en la superficie y rayas pintadas que se desconchan con el paso del tiempo. "La pista está hecha de bloques de hormigón, por lo que basta un invierno en el que hiele mucho para que el material comience a agrietarse y romperse", comenta Sergent.

Las lluvias invernales y las temperaturas bajo cero son retos constantes para esta pista envejecida.

De hecho, Pascal Sergent admite que el estado actual de la pista no es apto para albergar eventos de forma constante. "Hasta la década de los noventa todavía celebrábamos carreras locales semanalmente, pero ahora ya no es posible. Sólo se mantiene la llegada de la Roubaix", explica. No obstante, el fin de semana de la clásica de pavé por excelencia, la pista vuelve a cobrar vida y los aficionados abarrotan el velódromo para animar a los exhaustos ciclistas tras una jornadas recorriendo los empedrados caminos agrícolas del norte de Francia. Es una tradición anual, una especie de comunión entre el público y sus héroes que es tan intemporal como el propio velódromo.

El velódromo cobra vida cuando llegan los primeros corredores cada año. 

En palabras del propio Sergent, el viejo velódromo ha visto días mejores en el aspecto arquitectónico, pero no le preocupa su futuro. "Nunca se ha cuestionado la relevancia de este lugar. No es oficialmente un monumento histórico, pero todo el mundo sabe su significado. Aunque no está protegido legalmente, sí lo está por su leyenda", enfatiza. Actualmente, tan solo la París-Roubaix sigue terminando en su pista, pero permanece abierto todo el año y a través del Vélo Club de Roubaix sirve tanto de museo como de abrevadero. Los aficionados pueden tomarse una cerveza en el bar mientras se deleitan con los recuerdos de un velódromo lleno de historias.

 

 

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