Guadarrama, geología del gravel

El Valle de Lozoya se esconde casi con inocencia infantil en la madrileña Sierra de Guadarrama. Fuera de los saturados y populares enclaves más occidentales de la Sierra, este colorido valle nos ha cautivado por su belleza y por sus recorridos 100% graveleros.

Regresamos a la disciplina gravel y al terreno de la aventura. Y no será solamente la experiencia de descubrir una geografía muy marcada por la historia, sino que además lo haremos con la nueva Canyon Grizl. Esta ruta transitará por un recorrido muy variado, con sectores de senda más o menos técnica, pistas rapidísimas y asfalto donde podemos experimentar la polivalencia de la Grizl. Con ella nos adentramos a la Sierra de Guadarrama.

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El pino rojo, amo y señor del valle

El Pino Silvestre, Pino Rojo o Pino de Balsaín, con fibras generalmente rectas y poco nervio, ha dado de comer a muchas familias del valle de Lozoya, en el corazón del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Y es que la existencia de enormes extensiones de pinares ha marcado la historia de este rincón de la comunidad autónoma de Madrid. Los tiempos cambiaron para el monte, ya que desde 1837 los inmensos pinares —hasta ese momento pertenecientes a la Iglesia— fueron adquiridos por grandes propietarios que buscando un beneficio rápido arrasaron con ellos en una época en que la capital española crecía a toda velocidad.

Sin embargo, la zona conocida como Cabeza de Hierro se salvó de la desforestación. Este pequeño rincón fue adquirido finalmente por un grupo de amigos belgas que fundó la Sociedad Anónima de los Pinares de El Paular. La gestión y la explotación sostenible que hicieron del monte ha sido puesta cómo máximo ejemplo del buen quehacer forestal y todavía hoy se hace de manera comprometida con el medio natural. Ni la altísima demanda de madera que nació de la reconstrucción europea después de la I Guerra Mundial alteró la política de gestión de la Sociedad Belga.

Condiciones geológicas únicas para el gravel

De la explotación silvícola en toda la Sierra de Guadarrama nació la necesidad de una red de caminos. Resultó prioritario comunicar las diferentes zonas y así se tejió una amplia telaraña de pistas, enlazando el valle con las zonas altas. La economía local modeló el paisaje mientras que la geología había puesto el resto. 

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Los procesos geológicos quisieron que toda la Sierra de Guadarrama fuese el reino de la más extendida de todas las rocas ígneas: el granito. Esto es un magma de enfriamiento lento con alto contenido en sílice solidificado a gran profundidad bajo la corteza terrestre y que los posteriores movimientos y procesos geológicos hicieron aflorar. Existen distintos tipo de granito dependiendo de su composición mineral; su textura es granulosa y cristalina. Donde nos encontramos domina el cuarzo y de ahí nace ese característico granito de Guadarrama, más blanquecino y gris. Su meteorización da como resultado un descompuesto arenoso, un material muy permeable y que mezclado con tierra se compacta y alisa fácilmente.

Estos condicionantes históricos y geológicos convierten al lugar en una bendición para los amantes del gravel. La Sierra de Guadarrama y su pequeño secreto, el Valle de Lozoya, son un escenario con una red de pistas de muchísimos kilómetros sin grandes pendientes, bien trazadas, de fácil accesibilidad y un terreno… ¡qué terreno! Poroso, permeable, sin barro, compacto, rapidísimo y muy franco. Rodar en estos trazados con la gravel es ideal.

Tres jornadas intensas

El pequeño pueblo de Lozoya, dónde se encuentra el Hotel&Spa Ciclolodge El Nevero, se convirtió en la base de operaciones de nuestra aventura por la Sierra de Guadarrama. Fueron jornadas para descubrir la nueva creación de Canyon en un entorno óptimo. La estancia tuvo lluvia, más lluvia, algún rato de sol y nuevamente más lluvia. Y ni rastro de barro. Si el anterior modelo, la Grail, era una bici ya con medidas y geometría gravel, la Grizl aporta  un mayor paso de rueda, un cuadro preparado para montar portabultos, hasta tres portabotellines y un manillar gravel o de carretera.

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La filial española de la marca de Koblenz invitó a su embajadora, la periodista Ainara Hernando, que nos acompañó en diversos tramos de la ruta y que pudo iniciarse así en esta disciplina ciclista. Ainara, más familiarizada con la bicicleta de carretera, comprobó la versatilidad de la Grizl, rodando por pistas rápidas y carreteras secundarias y aventurándose en algunas sendas un poco más técnicas. Y es que la Grizl es una bici apta para el soft y el hard gravel. Sus dominios van del asfalto a las sendas, pasando por todo los matices que puedan tener las pistas de tierra.

Practicamos diversas incursiones graveleras en el valle de Lozoya hasta que nos decidimos realizar una ruta circular des del mismo pueblo, con cerca de 80 kilómetros y unos 1300 metros de desnivel. Este valle, situado en pleno parque nacional de Guadarrama, se extiende por la vertiente sureste de la cima de Peñalara, la más alta del sistema. Es un enclave de gran interés geobotánico en que pinos, fresnos, robles, encinas y pastos naturales adornan unos suaves relieves que se alzan progresivamente hasta cumbres de casi 2300 metros de altitud. Por estas pendientes y valles se dibujan multitud de pistas que nos cautivaron al instante.

Lluvia, lluvia, más lluvia y una sonrisa

Arrancamos dirección Nava Redonda paralelos al arroyo del Villar y cruzamos la dehesa Umbría, que, gracias a las generosas lluvias, viste un intenso verde. Tras un tramo de asfalto, en el que traspasamos la localidad de Buitrago de Lozoya, nos adentramos en un sector de pistas con tendencia descendente hasta el embalse del Atazar. Bordeándolo por encima del canal cubierto de Isabel II enlazamos tramos de senda y pista en los que el suelo, a pesar de la lluvia, continuaba drenado. Una vez cruzada la autovía A-1 entramos en la zona de El Espaldar donde las floraciones graníticas emergen mientras rodamos por un terreno ondulado que nos iba preparando para las duras rampas finales del Collado del Medio Celemín.

Desde la cima ya divisamos Lozoya, pero también la próxima tormenta. Las nubes negras traen consigo una lluvia intensa que volverá a dejarnos empapados. La gran cantidad de agua nos privó de parar en La Garganta de los Montes, un congosto rocoso del río Lozoya; aunque volveríamos al día siguiente para contemplarlo desde su centenario puente de piedra. De nuevo en el embalse de Pinilla, donde arrancamos, un discreto sol consigue secar nuestras chaquetas impermeables y nos permite llegar al hotel con ganas de más. Una sonrisa se dibuja en nuestras caras. La experiencia en la Sierra ha sido de las que vamos a recordar durante meses.

*Puedes leer el artículo al completo en el número 28 de VOLATA

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