El motor del cambio: ciclismo y maternidad

En su columna para el número VOLATA#32, Laura Meseguer reflexiona sobre cómo la forma en la que la sociedad trata a las deportistas que son madres es importante, porque el deporte no deja de ser un reflejo de nuestra cultura, y por ello son agentes tan fundamentales y poderosos para el cambio.

Hubieron de pasar ciento veinticinco años para que las mujeres tuvieran la oportunidad de correr la París-Roubaix. Tuvo tiempo la historia de escribirse muchas veces para por fin ver el batallón de mujeres ciclistas rodando sobre el adoquín embarrado. La que ganó aquel día fue la británica Lizzie Deignan, doble campeona del mundo en pista y carretera y una de las mejores ciclistas de la última década.

Unos meses después de aquella histórica París-Roubaix encajada en el mes de octubre por los azotes de la pandemia, la ciclista de treinta y tres años, anunció que se retiraba temporalmente del ciclismo, embarazada de su segunda hija. En el mismo comunicado el equipo Trek-Segafredo informaba que extendería su contrato hasta 2024. Y esto que a una le gustaría que fuese la norma, no deja de ser un anuncio de una dimensión enorme por dos motivos: son pocos los casos de las deportistas de élite que deciden tener hijos sin dejar de lado la competición, pero son todavía menos las que lo vuelven a hacer una segunda vez. Precisamente por el otro de los motivos: la falta de apoyo del equipo, de las federaciones o de los espónsors según el deporte.

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Veamos algunos ejemplos. Cuando la atleta estadounidense y campeona olímpica Allyson Felix se quedó embarazada, su principal patrocinador, Nike, forzó romper el contrato al ofrecerle un 70% de su salario sin garantizarle que no fuese a ser castigada económicamente si no alcanzaba el nivel deportivo previo a su embarazo. Lo de Felix fueron meses ocultando su embarazo, entrenando incluso de noche, para poder apurar al máximo la cobertura de sus patrocinadoes. La multinacional también rompió su contrato con la atleta Kara Goucher durante su embarazo y “hasta que volviese a competir de nuevo”. La presión económica llevó a Goucher a empezar a entrenar una semana después de haber dado a luz y a correr un medio maratón a los tres meses.

Allyson Felix junto a su hija tras la disputa de los Trials estadounidenses para los Juegos de Tokio / Fotografía: Getty

Por otro lado, la corredora de media distancia Alysia Montaño, que recordarán como la “atleta embarazada” por estarlo de ocho meses al competir en los campeonatos estadounidenses, hizo suyo el eslogan de Nike para denunciar en The New York Times: “Nike me dijo que soñase a lo loco hasta que quise un bebé”. Quebrando sus contratos de confidencialidad sumó a la denuncia pública a Asics, otro de sus sponsors. La delación surtió efecto y Nike reaccionó cambiando su política con las deportistas embarazadas, para garantizar su contrato durante dieciocho meses: ocho durante el embarazo y diez tras el parto. En agosto de 2021 lanzó su campaña The Toughest Athletes (Las atletas más duras) con mujeres embarazadas practicando deporte como protagonistas y eje de su campaña. Entre un elenco de mujeres desconocidas, el rostro de la tenista Serena Williams, a la que por cierto, nunca dieron la espalda.

Cuenta la ex ciclista profesional y medallista olímpica Leire Olabarria, que cuando decidió ser madre, contó en todo momento con el apoyo de sus patrocinadores y, en su regreso a la competición, con el de su equipo Gipuzkoa-Ogi Berri. Lamenta que no fuese así por parte de la RFEC, que al parecer no solo no le puso las cosas fáciles sino que la discriminó. “Eran todo obligaciones y ningún derecho”. Entre otros asuntos fue convocada a los nueve meses de dar a luz para un calendario de cuarenta días fuera de casa cruzando el mundo de punta a punta. Echó en falta ayudas para poder viajar con su hijo, algo que la Womens NBA estadounidense sí contempla, por ejemplo.

Leire Olaberria en un encuentro con mujeres ciclistas en el velódromo de Anoeta / Fotografía: Unai Gómez

El primer embarazo de Lizzie Deignan fue un momento clave para el devenir del ciclismo femenino en política de maternidad. En marzo de 2018, cuando Deignan anunció su embarazo, corría para el equipo Boels-Dolmans, el actual SD Worx, con el que terminó rompiendo su contrato por “visiones muy diferentes sobre cómo debía ser mi vuelta a la competición”, en palabras de la propia Deignan. Embarazada de seis meses, Trek le ofreció un contrato como embajadora de la marca mientras el equipo femenino Trek-Segafredo iba cobrando forma. El equipo estadounidense ha demostrado ser el verdadero “game-changer” del ciclismo, con una clara política de igualdad y protección de sus deportistas.

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El escenario va evolucionando, y en 2020 entró en vigor una medida diseñada por la UCI a finales de 2018 por la que los equipos World Tour deben incluir en sus contratos la baja por maternidad de tres meses cobrando el 100% del sueldo, además de cinco meses cobrando el 50%. Fruto quizás de esta evolución, la neerlandesa campeona del mundo en 2017, Chantal van den Broek-Blaak, corredora del SD-Worx, no esconde su deseo de ser madre, para lo que ya sí que cuenta con todo el apoyo del equipo con el que ha renovado hasta 2024. 

Me viene a la cabeza el ejemplo de la nadadora olímpica Ona Carbonell que habiendo sido madre en 2020, se preparó a conciencia para los Juegos celebrados en 2021 en Tokio. Su historia se puede ver en el documental Empezar de nuevo. Durante su promoción, en una entrevista con la periodista Olga Viza, reconocía que la confianza en el ámbito del trabajo es clave para decidir ser madre y esto es extrapolable a todas las profesiones.

Ona Carbonell durante la disputa de los Juegos Olímpicos de Tokyo / Fotografía: Getty

Con las conversaciones que he mantenido para escribir esta columna, me doy cuenta que la maternidad en el deporte de alta competición no es todavía un tema que esté sobre la mesa. Apenas es un tema de conversación en el ciclismo femenino. Bien porque no existen referentes y da a entender que no es posible o bien por la cantidad de miedos e incertidumbres que existen en torno a ello, ya sea por perder el estatus en el equipo en un sector altamente competitivo, por la conciliación de la alta competición con la vida familiar, por temas económicos o por no volver al nivel deportivo deseado.

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Yo no soy deportista de élite, pero soy madre y me reconozco en parte de esos miedos. Miedo a perder el sitio que he alcanzado con el esfuerzo de tantos años. Temores que también me llevaron a ocultar mi primer embarazo el mayor tiempo posible. A pesar de que nadie me dio la espalda, me encontré anunciando mi segundo embarazo acompañado de nuevo de un cierto mensaje de súplica. “Estaré de vuelta pronto. Contad conmigo para lo que haga falta”.

Y entonces me encuentro reflejada en una frase letal leída en el portal Sports Illustrated: “Pretenden mostrar que nunca se marcharon, que no han sido madres y que no tienen que cargar con el inmenso peso de la responsabilidad que conlleva este rol”. Todo por no perder lo construido hasta ese momento en una conciliación difícil y cargada de contradicciones entre el querer trabajar, lo que conlleva pasar tiempo fuera de casa, y el sufrimiento por no poder estar con tus hijos. 

Ojalá el caso de Lizzie, como lo fue en su día el de Dame Laura Kenny, Dame Sarah Storey o Kristin Armstrong, entre otras, deje de verse como algo extraordinario y sigan siendo motor del cambio. Dejemos de ver a las madres como heroínas a pesar de ser tremendamente admirables. Normalicemos la maternidad y protejámosla. Cómo la sociedad trata a las deportistas que son madres es importante, porque el deporte no deja de ser un reflejo de nuestra cultura, y por ello los deportistas son agentes tan fundamentales y poderosos para el cambio.

Imagen de cabecera: SWpix - Alex Whitehead 

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