Madland - Camino de Uclés, gravel en estado puro

Descubrimos la primera edición de la Madland - Camino de Uclés de la mano del suscriptor a VOLATA que pudo disfrutar de la prueba desde dentro. Un reto deportivo gravel que une el sur de la Comunidad de Madrid con el este de Cuenca a través de un recorrido exigente y atractivo de 163 kilómetros.

 

Cuando me tocó la inscripción para la prueba Madland - Camino de Uclés en el sorteo para suscriptores VOLATA, no tuve mucho tiempo de prepararme. Hice las oportunas gestiones en casa y conseguir los permisos y el pase pernoctar con la autocaravana y me tiré de cabeza.

Para contextualizar, mi bicicleta de gravel es la tercera en mi escala particular. No es, ni mucho menos, en la que me siento más cómodo, pues se trata de un modelo de aluminio, con frenos mecánicos y no hidráulicos. Sin embargo, no dudé ni un segundo en embarcarme en esta aventura por caminos de tierra entre Madrid y Cuenca. Hice un breve repaso al recorrido y, aunque la distancia más razonable según mis condiciones sería la corta, de 85 kilómetros, acuñé con valentía el término “hemos venido a jugar” —quizá para alentarme de manera inconsciente— y decidí inscribirme en el recorrido completo, superior a los 160 kilómetros .

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El día anterior al inicio de la prueba me trasladé a Morata de Tajuña en autocaravana. Hice noche allí y como todavía no tenía el dorsal, a la mañana siguiente madrugué y fui uno de los primeros en hacer acto de presencia en la zona de salida. La previsión meteorológica era buena, por lo que sabía que debía salir en corto. Aun así, a las siete de la mañana lo cierto es que hacía frío, con una temperatura mínima de 6 grados. Sin embargo, la sensación desapareció poco después de iniciar la ruta y durante el recorrido llegamos hasta los 32 grados, una temperatura inusual para esta época del año en esta zona.

Y allí estaba yo, en la salida, con mi maillot corto, manguitos, culotte, guantes y, sobre todo, con ganas de iniciar la experiencia y poder disfrutar de la primera edición de Madland.

Para tratar de apaciguar ese frío inicial, la organización nos ofrecía un café para entrar en calor, cosa que me sentó realmente bien. Además, venía acompañado de unas palmeritas de Morata, un dulce típico de la zona y conocido por la gran mayoría de los ciclistas que transitan de forma ocasional o habitual. En otras palabras, la parada dominguera suele incluir ese dulce para recuperar la energía y las calorías.

En el aspecto deportivo, adopté una estrategia conservadora, cuidando la alimentación y el esfuerzo, con el único objetivo de poder completar todo el recorrido sin percances, lesiones y caídas. La primera pedalada la dimos aún de noche, en una estampa ciertamente hipotónica cuando los primeros rayos de sol comenzaban perfilar la silueta de la sierra situada frente a nosotros y a colorearla en tonos rojizos. Los primeros kilómetros fueron a través de la vía verde de Morata, en un terreno de suelo compacto, sin grandes dificultades y rodamos unos cuantos en un grupo compacto a buena velocidad.

En esta sección, es cierto que había un punto con cierta peligrosidad, aunque no hubo ningún accidente. La vía tenía una serie de postes para evitar que los coches se adentren en la misma. Sin duda, se trata de una circunstancia difícil de controlar, pero al rodar en grupo, y de noche, fue complicado esquivarlas en una situación de poca visibilidad. Los propios corredores debíamos advertir de su proximidad. En el camino de vuelta, cuando los grupos eran más reducidos, no hubo ningún problema, pero la salida sí que generó, al menos desde mi perspectiva, una sensación de nerviosismo.

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No fue hasta el primer paso cronometrado, entre la vía verde del Tren de los 40 días y Estremera, cuando el pelotón comenzó a partirse y cada uno buscó su propio ritmo. En general, la ruta era puro gravel, con pistas de tierra firme e incluso de carril bici la mayor parte del tiempo. Se podía rodar muy rápido. Más adelante, tras superar una pequeña zona de túneles y una corta sección técnica, pasamos a unas pistas amplias y rectas. En esta parte se formó un buen grupo y gracias al piso compacto y al tiempo agradable se hizo más ameno y llevadero rodar acompañado.

Algún ciclista samaritano, al que luego agradecí el esfuerzo, nos llevó a un nutrido grupo a rueda, y a buen ritmo, hasta una ascensión en Barajas de Melo de una dureza destacable, con rampas que en algunos puntos superaban porcentajes del 10%. El pelotón acabó fraccionándose y la coronamos de manera individual para luego adentrarnos en un conjunto de carreteras y pistas camino de Uclés. El cansancio se fue apoderando poco a poco de mí. Noté especialmente la rigidez de la bicicleta. De hecho, los últimos kilómetros hacia Uclés se me hicieron largos, sobre todo por el cambio de terreno, en el que el traqueteo al pasar piedras pasó a ser el gran protagonista.

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En cierta manera, tanto a mí como a la gente de mi alrededor nos animó contemplar el Monasterio de Uclés en la distancia, generando una estampa muy bonita. En ese punto, a lo lejos, estaba situada la meta —la del recorrido corto— en un ambiente de ciclismo muy bueno. Allí nos recibieron los miembros de la organización para la entrega de diplomas y medallas y avituallarnos nuevamente, antes de hacer la visita prevista al Monasterio y la Iglesia, que fue muy interesante y, sin duda, aportaba un toque aun más cultural a la aventura.

Una vez ya comidos y descansados, estaba deseando volver a subirme a la bici para deshacer el camino de vuelta y no enfriarme en exceso. El recorrido de vuelta está bien y te ayuda sumar kilómetros a tu contador personal, pero la verdad es que la marcha corta tiene suficiente dureza y es lo suficientemente atractiva como para justificar la inscripción. Salimos de nuevo hacia Morata de Tajuña, y tras apenas unos metros de bajada, nos encontramos con una pendiente pedregosa considerable, que incluso obligó a algunos, entre los que me encontré, a echar el pie a tierra por la acumulación de ciclistas.

Pero conseguí unirme a un grupo que iba a buen ritmo y, aunque con el gancho, aguanté hasta los túneles. Ahí me quedé y me junté a otro chaval con el que hice el resto del camino charlando y a buen ritmo, pero sin exprimirnos más de la cuenta. Fue un amigo de ruta con el que tal vez no coincidiré nunca más, pero de buen trato, charla agradable y que hizo la ruta más amena. Son esas pequeñas maravillas que te regala el ciclismo. Llegamos a la meta juntos, tomamos algo, recogí mis pertenencias del ropero y me despedí.

La participación en esta primera edición de Madland se saldó con buen sabor de boca y,  salvo pequeños ajustes, creo que es una muy buena ruta para el gravel que seguro que crecerá y tendrá un lindo futuro para los que quieran pilotar rápido.

*Más información sobre Madland en: madlandgravel.com

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