Gianni Bugno, el campeón que no quería serlo

El tranquilo y reservado ciclista italiano es el último corredor en haber subido al pódium del Tour con el maillot arcoíris. Han pasado treinta años ya y nadie se ha acercado a ese hito. Gran parte de su carrera se entiende a través de los mundiales de ciclismo. 

Probablemente es el corredor más relevante de la posguerra. Con un palmarés más pequeño que su clase, polivalencia y capacidad para esprintar, Gianni Bugno había llegado a los veintiséis años siendo considerado una eterna promesa, a pesar de contar con victorias de etapa en el Giro y el Tour y segundos puestos en Gante-Wevelgem y Lombardía. Su carrera deportiva es la típica de la generación que vivió más directamente el cambio tecnológico y médico del ciclismo de finales de los años ochenta y principios de los noventa.

El corredor, italiano pero nacido en Brugg (Suiza) en 1964, dio el gran campanazo en la Milán-Sanremo con un ataque en la Cipressa, que le sirvió para llegar en solitario marcando la media más alta en toda la historia de la carrera. Fue uno de los tantos récords y marcas de este extraño corredor. En el Mundial de ese año, el italiano partía como favorito. Era lo mínimo que se podía esperar de alguien que subía con los mejores y era capaz de ganar esprints en grupos reducidos. Como novedad, la competición se disputaba por primera vez en Asia, concretamente en Japón. Un país en auge y dispuesto a organizar el Mundial de un deporte sin gran arraigo, pero que culminaba la primera onda expansiva de la internacionalización del ciclismo.

Relacionado – La guerra sin fin: Bélgica contra Italia
Relacionado – Suscríbete a VOLATA, tu revista de cultura ciclista

En el país nipón, la Italia de Bugno sufrió una de sus derrotas más humillantes. Metieron en la fuga del día a los gregarios Ballerini, Cenghialta y Cesarini, pero cuando los escapados llegaron a tener seis minutos de ventaja, el resto de la selección azzurra se puso a tirar en el pelotón, creando una situación kafkiana. Consiguieron acabar con la fuga y en la última vuelta se sucedieron los ataques. En uno de ellos, se escapó una extraña pareja de corredores belgas, formada por Rudy Dhaenens y Dirk De Wolfque, que a pesar de no tener un palmarés destacado, consiguieron un doblete histórico gracias a su gran entendimiento. 

A ocho segundos, Gianni Bugno ganaba el esprint del pelotón de una manera inapelable y viendo cómo se había escapado la carrera ante sus ojos. Aquel bronce solamente sabía a amargura por no haber conseguido eloro y que dejaba entrever uno de los grandes problemas que históricamente ha tenido la selección nacional italiana: la gestión de los titánicos egos de sus estrellas. Quien jamás entró en ese juego fue Gianni Bugno, aspecto que llegó a trascender al gran público, aunque no esté claro si eso beneficia en algo a un campeón deportivo. Él era alguien más bien de carácter introvertido y apocado.

Un año mágico

En 1991, el singular italiano realizó una temporada sensacional, a pesar de que en el Tour de Francia coincidió con la figura que lo eclipsaría en un futuro: el igualmente tranquilo y reservado Miguel Indurain. Sin embargo, Bugno no bajó el pistón tras quedarse a un solo escalón de ganar la ronda francesa. Triunfó en la Clásica de San Sebastián y llegó como máximo favorito al Mundial de Stuttgart, que era completamente diferente al de Japón tanto en el recorrido como tácticamente. Italia, a través de Guido Bontempi, realizó un marcaje férreo de la carrera hasta desembocar en dos últimos giros trepidantes. A falta de dos kilómetros para coronar la cima donde está el Fernsehturm, la torre de telecomunicaciones que domina toda la ciudad, Bugno lanzó un contraataque.

En su estilo característico, fue un ataque que no tenía nada que ver con el típico hachazo de los escaladores. El italiano impuso un ritmo muy intenso, en constante progresión creciente — siempre le gustó llevar un gran desarrollo y una baja cadencia— que hizo que el grupo se fragmentase y que, en última instancia, solo le pudiesen seguir Indurain y el holandés Steven Rooks, a los que se unió el joven valor colombiano Álvaro Mejía en el primer tramo del descenso.

Todas las miradas se centraban en el italiano y en el español, aunque la selección rojigualda jamás hubiese ganado un Mundial. En la recta de meta, el favoritísimo lanzó el esprint a falta de doscientos metros, por el centro, para escorarse levemente e impedir un intento de remontada de Indurain.  Al final, ambos campeones dejaron de pedalear y la temprana celebración de Bugno casi hace que pierda el Mundial ante Rooks. Justo después de cruzar la línea de meta, fue entrevistado por el mítico periodista de la RAI Adriano de Zan y admitió: “Quizás he celebrado demasiado pronto, pero si hoy no es un día para alzar los brazos...” 

El campeón italiano durante la temporada 1993, la última en la que lució la banda de Campeón del Mundo / Fotografía: H. A. Roth/Ullstein Bild/Getty

Había derrotado a Indurain, y eso le proporcionó grandes aspiraciones de cara al año 1992, que debía ser su gran año. Sin embargo, todo salió mal. Fue muy criticado en Italia por no disputar el Giro para centrarse en el Tour. Incómodo con esa presión y con cualquier cosa que sugiriese responsabilidad, se presentó en la ronda francesa habiendo ganado únicamente una ‘etapita’ en la Vuelta a Suiza, donde acabó segundo de la general. Empezó el Tour con la misión de ganar la carrera para un país que no ganaba la prueba más famosa del ciclismo desde 1965, y acabó transformado en otro corredor. 

Relacionado – Historia del maillot más bello del mundo

El temprano mazazo de la entronizada crono de Luxemburgo lo hundió. Aunque acabó tercero en París, jamás volvería al podio de una gran vuelta. Aquí reside otro de esos extraños registros de este corredor de impulsos y emociones: es el último corredor en haber subido al pódium del Tour con el maillot arcoíris. Derrotado y humillado —porque un tercer puesto no es nada cuando acabas a casi once minutos de tu rival generacional— llegó a la cita mundialista oscurecido porque el ganador del Giro y el Tour corría en casa.

Benidorm, el anticlímax

Dentro de los fastos de 1992, el Mundial se disputaba en Benidorm. El resultado fue una prueba con dudosos efectos turísticos para una ciudad-marca ya conocida, pero que fue salvada por uno de los mejores esprints de la historia de la prueba. Bugno estuvo a cola del pelotón durante toda la prueba, hasta que en el penúltimo paso intentó crear un corte. Al menos estaba en carrera, debió suspirar alguno. Indurain intentó escaparse en la última ascensión, pero no se podía hacer nada con una potentísima selección francesa que llevó a cinco corredores hasta la playa de Levante de Benidorm. 

Jean-François Bernard, corredor del Banesto de Indurain, lanzó el esprint para Jalabert, un corredor que ese año había fichado por el equipo ONCE y que apuntaba buenas maneras pero que todavía no había conseguido ninguna gran victoria. Empezó a acelerar a ochocientos metros de meta, una salvajada de distancia entonces, ahora y siempre. Giancarlo Perini, que tenía el ciclismo como un oficio, había convencido al taciturno Bugno para que se pusiese a su rueda. Lo dejó detrás del francés y a ciento cincuenta metros de la llegada, Bugno se puso en cabeza, tomó el centro, ganó su segundo Mundial consecutivo y se convirtió en el primer italiano en lograrlo.

Había vuelto a ganar a Indurain —terminó sexto—, y lo había hecho en su casa. Los síntomas apuntados en Stuttgart se hicieron aún más patentes. En la ceremonia previa a la entrega de medallas, Bugno estaba ausente, sin excesiva felicidad. Beppe Conti, veterano periodista italiano, le preguntó si había sido descalificado o el jurado técnico le había dicho algo: “No, no, que va, solo que me entristece haber ganado a Indurain aquí”.

Nadie sospechaba, ni por asomo, que aquel sería el final de Bugno como corredor de Mundiales. Sus dos victorias han quedado como las máximas expresiones de un corredor irrepetible, de palmarés ecléctico que ha llevado a esos extraños registros, y que se completan con este último: más de un cuarto de siglo después sigue siendo el último corredor que ha sido Campeón del Mundo tras haber ganado una gran vuelta, y no antes. ¿Mera estadística? No, dice mucho del tipo de corredor que era, con clase fuera y dentro de la competición. Al menos, en eso sí consiguió igualar a Indurain.

*El texto completo lo puedes leer en el número 16 de la revista VOLATA

Shop now