Complicidades (y algunos secretos) en el Tour de Francia femenino

El Tour de Francia Femmes by Zwift supone un nuevo escenario para unas ciclistas que intentan dominar el momento gracias a sus propios rituales.

Annemiek van Vleuten transmitía algo de introspección, casi autoprotección, en el parque cerrado de París. De espaldas al pasadizo que se forma entre los buses de los equipos y siempre protegida por el círculo humano del propio equipo, sus movimientos eran poco estridentes, sin exponerse a las cámaras y al público. Ahora sabemos que estaba enferma y ese era un secreto que debía mantenerse guardado.

Esa imagen, repetida durante los primeros días, contrasta con la de la sonrisa marca de la casa de la neerlandesa en Lure, salida de la última etapa, cuando contempla la bici tuneada de amarillo que le ha preparado el equipo y que va a juego con su nuevo maillot.

Si las imágenes y los gestos dicen más que las palabras, podemos extraer muchas conclusiones de este Tour. Lo que pasa entre bambalinas traduce lo que se ve después en la carretera. O nos ayuda a interpretar lo que ha sucedido justo antes. Y en esto, las complicidades son como una conjunción que enlaza acciones.

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Por ejemplo, en el universo del equipo Movistar, Van Vleuten parece el eje giratorio alrededor del cual las compañeras se mueven con seguridad y en el que Jorge Sanz y Sebastián Unzué —y Dani Sánchez, responsable de contenidos, y los mecánicos, y el resto— flotan con sinergia, en el mismo nivel, sin jerarquías aparentes. Parece la estrategia del equipo.

Más allá, del mini bus o gran caravana con la que se mueve el UAE Team ADQ, las corredoras van saliendo a cuentagotas para preparar sus bicis. Marta Bastianelli pega el perfil de la etapa con los avituallamientos en la potencia de su manillar. Más tarde, aparece de detrás de las cortinas Mavi García. Se buscan y hablan en italiano aunque su idioma parece ser uno propio, el de la complicidad.

 Horas más tarde, al finalizar la etapa y respondiendo a las preguntas de Laura Meseguer en Eurosport, la mallorquina hablaba así de su compañera que acababa de finalizar segunda: “Yo le noto cuando estamos en carrera que está nerviosa. Se le nota. Sabía que hoy seguro que haría algo”. Marta, tatuaje olímpico, y Mavi, uñas de rojo, comparten lenguaje y secretos.

Los minutos previos al control de firmas nos cuentan más cosas. Sandra Alonso se adapta poco a poco a la magnificencia del Tour. El primer día tiene prisa por llegar a la autocaravana del Ceratizit y apenas te mira a los ojos cuando hablas con ella. No saben qué les espera porque el Tour absorbe, y mucho, y es preferible llegar antes de tiempo a todo.

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Unos metros más allá, una ciclista se prepara el pinganillo frente el espejo mientras sus compañeras se relajan escuchando música sentadas en unas sillas plegables formando un corrillo. Otras, hacen cola para ir al baño en unos servicios móviles que la organización instala cada día en la zona de la salida. Y es que no todas las estructuras han desplazado hasta el Tour uno de los autobuses del equipo. Sí que lo ha hecho el Jumbo, el equipo de Marianne Vos, la ciclista indicada para llevar el maillot amarillo durante largas jornadas. Su aura llega más allá de las clasificaciones y es que, sin secretos, su complicidad con el ciclismo es total.

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